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Categoría: inteligencia-emocional

A una familia, grupo, colectivo, equipo o incluso a una etiqueta.

La mayoría de las personas necesitamos socializar, está demostrado que somos seres sociales por naturaleza y que nuestra salud mejora si nos relacionamos con otras personas, cuando establecemos vínculos afectivos con seres humanos, especialmente si estos son parecidos a nosotros.

Y es de esto de lo que quiero reflexionar, la necesidad de buscar y pertenecer a una tribu.

Desde la psicología, la sociología y la antropología se tiene claro que hay muchos beneficios para nuestra salud física y mental en el hecho de estar integrado en un grupo social, ya que compartimos valores, creencias, pasiones y esto afianza nuestra identidad y nos aporta vínculos duraderos no solo con los demás sino también con nosotros mismos al reafirmar nuestra forma de ser.

Pasar tiempo con personas que comparten nuestras creencias las refuerza y las hace más reales, da igual que sea un grupo de voluntarios medioambientales, los seguidores de un equipo de futbol, la asociación de padres y madres del cole o el club de fans de un artista, otras personas piensan o hacen lo mismo que yo, eso significa para mi básicamente que no estoy solo/a y refuerza que tengo razón al creer algo o comportarme de una determinada manera.

Por ejemplo si te haces un test para saber si tienes algún rasgo de personalidad especial, como por ejemplo ser una persona altamente sensible (PAS) es muy probable que también estés buscando definirte y en definitiva pertenecer. En cada fase de la vida buscamos también tribu con nuestras mismas pasiones o problemáticas, una pandilla de amigos/as, los partidos políticos, las asociaciones de empresarios o de emprendedores, clubs deportivos, encuentros de lectores, grupos de apoyo, etc

Es nuestra necesidad de pertenencia la que nos lleva a estar tan orgullosos/as de nuestro país o ciudad (cuando viajas con tu pegatina de Granada en el coche y alguien te dice que ha estado y te sientes alagada), o de esos rasgos físicos como los ojos que son como los de tu abuelo o ese pelo rizado que tienen todas las mujeres de tu familia, por eso llevamos la bandera de nuestro equipo de futbol bien visible y sentimos sus victorias como propias.

Cuando pertenezco siento que hay personas que me ven y me reconocen por lo que soy, siento que la soledad se aleja por un instante, me siento parte de un todo, soy valiosa para otros, puedo mostrar mi personalidad, me aceptan, me respetan y quizás me quieran sin condiciones.

O no. Pertenecer no es fácil porque las personas no somos fáciles y coincidir en un tema concreto no garantiza que se establezca una relación social positiva, por eso hay que trabajar las expectativas relacionadas con la pertenencia y reforzar la autoestima para no depender tanto de la aprobación ajena y quizás, simplemente, disfrutar de los momentos compartidos con personas con las que coincidimos en cada momento. Así de fácil y así de difícil.

La presión de pertenecer y ser aceptado/a es a veces una experiencia desagradable, cuantas veces no hemos tratado de encajar en ese grupo, esa amistad o esa pareja, incluso a costa de perder parte de nuestra forma de ser. Y ahora con las redes sociales, en la búsqueda de seguidores (o de likes) tratamos de ofrecer la versión que creemos que puede ser más atractiva para los demás, enseñamos lo bueno, ocultamos lo que creemos que no conviene y al final somos un personaje creado para encajar con lo que los demás esperan, queremos entrar en los estereotipos, aunque sea a presión, como en aquel vaquero de cuando eramos jóvenes que nos seguimos probando para comprobar que seguimos estando fenomenal.

Tener una personalidad perfeccionista es una dificultad añadida para las relaciones sociales en general y para el asunto de la pertenencia en particular. Y es que los perfeccionistas tienen una gran necesidad de pertenencia y de aceptación externa, además relacionan esta aceptación con el autovalor y este con el logro de metas autoimpuestas (me llamarán más para ir a fiestas si soy más alegre y divertido/a)

El ciclo que se produce puede que os suene de algo: desean que ese grupo los llame y los invite, creen que no son lo bastante buenos para que eso ocurra y se esfuerzan muchísimo por ser más de lo que sea (gracioso, moderno, alegre, divertido, amable etc) esto supone un gran esfuerzo que no suele verse recompensado con el tipo de aceptación plena que se espera, por lo tanto la autovaloración es muy baja y la sensación de fracaso muy alta, esto provoca autocrítica, preocupación y ansiedad que por supuesto no contribuye en absoluto a ser el rey de la fiesta con lo que igual no los vuelven a invitar y el ciclo vuelve a empezar...

Apuntaré aquí que además los perfeccionistas suelen tener muy acusado el pensamiento dicotómico es decir que las cosas son todo o nada, blanco o negro (sin grises), es decir lo de ayer fue una catástrofe sin precedentes, el peor día de su vida y jamás podrán olvidarlo. (sí también son muy inseguros y sensibles a la crítica y al fracaso)

Respecto al tipo de aceptación que se espera es cierto que la gestión de las expectativas es un asunto a estudiar, ya que cuando se es muy exigente con uno mismo, se suele ser muy exigente con los demás y tener la percepción de que se recibe poco apoyo social o que se es irrelevante para los demás. No poder cumplir lo que creen que los demás esperan de ellos les produce desesperanza e indefensión lo que aumenta la ansiedad y la preocupación.

Vivir en sociedad provoca vivencias positivas y negativas, si el balance de esas experiencias es positivo son un recurso protector de la salud mental, si el balance es negativo se produce una situación de vulnerabilidad psicológica.

La batalla interna entre ser uno/a mismo/a y ser aceptado/a socialmente se plantea desde la niñez, y a veces se resuelve en la madurez de manera brusca, en ese momento en el que decidimos decir lo que opinamos aunque no guste, decir que no cuando no apetece, salir de los grupos de WhatsApp porque son insoportables y ponernos esa ropa que nos encanta pero que no nos disimula tal y cual cosa.

A mis cincuenta años si echo la mirada hacia atrás, reconozco que hay algunas cosas que lamento y que están relacionadas con este asunto de la pertenencia, algunos grupos de amigas que debí abandonar antes o algún esfuerzo (desde mi punto de vista actual completamente innecesario) por ser lo que no era para encajar y que me quisieran.

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